miércoles, 21 de enero de 2009

José María Aznar - Doctor Honoris Causa

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La historia de España ha servido demasiadas veces para justificar el pesimismo. Permítanme que hoy acuda a nuestra Historia reciente para acreditar que juntos hemos vivido un largo periodo de confianza, de ambición compartida y de éxito en común. Creo que esta realidad vivida por las recientes generaciones de españoles debería servirnos para revitalizar la esperanza que debemos depositar en nosotros mismos. Lo necesitamos con urgencia.España ha vivido tres décadas de formidable transformación política, económica y social. Ha sido un periodo de éxito sostenido.La transformación fundamental fue construir entre todos un sistema democrático pleno y perfectamente homologable a cualquier país normal y avanzado.

Hubo una generación de españoles responsables que no dio la espalda a su historia y que logró pasar de la dictadura a la democracia; de la ruptura a los objetivos compartidos; del inmovilismo a un proyecto de futuro; del revanchismo al espíritu de concordia; y del afán de división a un afán común que integraba la diversidad.

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Los españoles sólo hemos tenido un enemigo durante todos estos años: el terrorismo. Los terroristas han atacado al Estado, han atacado nuestra sociedad. Han atacado, en definitiva, nuestra libertad y nuestra democracia. Pero, a pesar del dolor y de la soledad con que hemos sufrido durante tantos años el terrorismo, conseguimos finalmente convencernos de que se le podía derrotar. Convencernos y convencer. La naturaleza del terrorismo exige su derrota porque niega violentamente el propio sistema democrático. Debemos derrotarlo para mantener nuestra libertad, para honrar la memoria y la dignidad de sus víctimas, y porque sin justicia no es posible la convivencia en democracia. Sabemos que no hay otro camino.

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El 1 de enero de 1979 el presidente Suárez convocó nuestras primeras elecciones generales del periodo constitucional. Un anhelo que varias generaciones de españoles no habían podido ver cumplido se hizo finalmente realidad. Inauguramos un tiempo político nuevo.

El 1 de enero de 1989, el presidente González - que tres años antes había firmado el ingreso de España en la Comunidad Europea - asumió por primera vez en nuestra representación la presidencia europea. Nuestro país retornaba como uno más al concierto de las democracias europeas.

El 1 de enero de 1999 España se incorporó al euro. Pasamos a convertirnos en un motor de Europa como socio fundador de la moneda común. Ascendimos un peldaño más al alcanzar un objetivo nacional que toda la sociedad española vio como valioso y se esforzó por conseguir desde unas difíciles condiciones de partida.

Señoras y señores,

Sin embargo hoy, en enero de 2009, el relato tendría que variar. Quiero decir que, en mi opinión, el impulso modernizador que nos permitió obrar la mayor transformación de nuestra Historia se ha diluido.

Necesitamos recuperar una idea compartida de cómo queremos que sea nuestro país en el futuro.

Necesitamos recobrar el impulso cívico que nació del pacto de la Transición y que los españoles han venido renovando desde entonces.

Es preciso devolver el crédito al espíritu de concordia y el prestigio moral al consenso. Porque hemos pasado de reconocer la pluralidad a impugnar lo que nos une.


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En suma, parece haberse impuesto un relato oficial que desacredita el Pacto de la Transición en beneficio de la radicalidad y de la ruptura, del revisionismo más estéril, y de la división de la sociedad española.

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Estamos en el absurdo de pensar que mientras el todo se empobrece las partes pueden hacerse más ricas. En el absurdo de considerar que el único Estado aceptable es un Estado residual.

Pero sabemos que no es así. Sabemos que con un Estado débil perdemos todos.

Por la experiencia de los modelos de poder descentralizado que funcionan, sabemos que sólo un Estado sólido y bien dimensionado garantiza la cohesión y la igualdad.

La unidad no se opone a la diversidad, sino que la hace posible.

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La primera lección que debemos extraer de la actual situación es la necesidad de prestigiar los valores básicos en los que se fundamenta una sociedad, dinámica y con ambición de futuro.

Son los valores del esfuerzo y la exigencia; del respeto y del reconocimiento de la autoridad; de la búsqueda de la excelencia y la retribución del mérito frente a la gratificación instantánea; de la igualdad frente a la fragmentación identitaria de la sociedad; de la honradez y el trabajo productivo frente al oportunismo y las trampas; de la responsabilidad personal en el desarrollo del proyecto vital de cada uno frente a la eterna adolescencia patrocinada por el Estado.

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